Todos hemos sentido el deseo de desquitarnos cuando nos ofenden, y creemos que nos merecemos que se nos trate con perdón, bondad y amor. Sin embargo, cuán fácilmente nos olvidamos de lo maliciosos, rebeldes e hirientes que hemos sido toda nuestra vida. Usted ha sido misericordiosamente perdonado… aunque no se lo merecía.
Ahora, por gratitud al Señor, muestre compasión a otros, aunque tampoco lo merezcan.