Al hablar de otras personas debemos evitar a toda costa la mentira, la duda y la falsedad, pues los que practican esas cosas no son verdaderos creyentes en Cristo, su religión es vana y no han conocido la verdadera enseñanza de Jesús.
Nuestro lenguaje debe ser un medio de alabanza y reconocimiento de las virtudes de nuestros semejantes y no un vehículo para enjuiciar.