No hay palabras humanas suficientemente dignas para alabar a Dios. Tampoco existe alguna circunstancia en la que no se pueda alabar al Señor. Dicho con sencillez, alaba al Señor en cada momento, en la prueba, la alegría, la tristeza, en el triunfo y en la derrota.
La estrella que brilla en la noche, cada ave que cruza el cielo, cada gota de lluvia que cae, todo a nuestro alrededor es un gran motivo para alabar a Dios.