El sacrificio físico no fue, y nunca será, la respuesta para acercarnos a Dios. Su Palabra nos insta a presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo, que es la clase de sacrificio que agrada al Señor.
Adorar a Dios en espíritu, sacrificando las tendencias malignas que batallan contra nuestra consagración, será la mejor alabanza que podamos ofrecer a nuestro maravilloso Padre Celestial.