En Cristo somos como una semilla y así como toda semilla muere para dar vida, nosotros necesitamos morir también a toda ansiedad, odio, hostilidad y a todo pecado al que Cristo pagó en la cruz del calvario. Así que no permitamos que los sufrimientos de la vida diaria nos hagan olvidar la esperanza viva y latente que tenemos.
Llevemos las buenas nuevas a un mundo que agoniza en la oscuridad, y seamos la sal y la luz a la que fuimos llamados para llevar esperanza y vida.