Jesús se maravilló ante la fe de aquel piadoso oficial, quien no pedía sanidad para él, sino para su criado, paralítico. La fe en el corazón del centurión movió la mano del Maestro y al instante su criado fue sanado.
Cuando llegues al punto de estar seguro de que Dios es poderoso para salvarte y sanarte, y lo suficientemente amoroso para querer hacerlo, tendrás la misma clase de fe que asombró a Jesús.