Al derramar Jesús Su sangre en la cruz pagó igual precio por todos nosotros, y Su perdón y salvación nos hizo iguales, derribando las diferencias que muchas veces tratamos de establecer, y, por lo tanto, llegamos a ser uno en Cristo. Eso nos hace vivir como hermanos, hijos del mismo Padre y herederos de las bendiciones de Dios.
Por esta razón desprendámonos de cualquier idea o concepto que nos quiera dividir.