Hay que tener cuidado en criticar y juzgar a las personas pues la Palabra enseña que de la misma manera en que juzgamos seremos juzgados.
Por eso cuando nosotros en lugar de juzgar nos dedicamos a amar, a ayudar y a comprender, nuestras vidas se vuelven diferentes y toda amargura, resentimiento y enojo desaparecen, porque el amor de Dios inunda nuestro ser y nos da un amor verdadero por nuestro prójimo.