Cuando abrimos nuestro corazón a Jesús, su amor nos justifica muy por encima de lo que hallamos hecho, dándonos una nueva oportunidad de vida. Es entonces donde recibimos el propósito de vida y comenzamos a dar fruto, siendo personas más productivas y viviendo con sentido.
Cuando aceptas su sacrificio, aceptas que nada mereces y que es solo por su amor que todo lo podemos recibir.